ALFONSO USSÍA
Don Francisco


Mis relaciones con los miembros de las especies bovinas nunca han sido estrechas. Sólo en dos ocasiones en toda mi vida he tenido la oportunidad de comprobar su mal carácter y ferocidad. Una en Santander, cuando salvé la vida huyendo del ataque de una vaca lechera llamado "Charolita" y otra en Avila. Las vacas lecheras, además de tristes y melancólicas, tienen muy mal carácter. Dicen los expertos que el motivo no es otro que su insatisfacción sexual. Se pasan el día tocándoles las tetas y nadie las besa después. Una tarde me acerqué en demasía a "Charolita", que rumiaba el rico y jugoso pasto de un prado bellísimo. No le gustó mi presencia, y súbitamente se arrancó. Nada tiene de digno la huída ante una vaca lechera, pero mi responsabilidad de esposo y padre -tres hijos-, me obligó a adoptar tan desairada salida. En Avila fué en una montería. Llamadas y reunidas las rehalas, terminado el lance, me dirigía andando a la casa de la reunión, cuando un ejemplar de vaca abulense, dotado de impresionantes pitones, decidió que yo estaba invadiendo su territorio. La embestida fué terrorífica, y sólo mi agilidad y la milagrosa presencia de una encina impidieron un suceso luctuoso con mi persona de protagonista. Por eso, y mucho más, admiro a los toreros, aunque sean unos petardos. Sólo el hecho de ponerse un vestido de torear y hacer el paseillo se me antoja una heroicidad. Cuando suenan los clarines, se abre la puerta del toriles y aparece el toro, la heroicidad se manifiesta insuperable.

Dos han sido mis toreros. Por su hondura, su personalidad, su condición de fundadores de dos religiones perfectamente compatibles en su culto y devoción. Antonio Ordóñez, recientemente fallecido, y Curro Romero. En uno y otro se reúne y consume toda la grandeza de nuestra Fiesta. Don Antonio es ya ceniza al aire, viento antiguo, silencio infinito. Don Francisco acaba de celebrar en Valencia un cumpleaños estremecedor. Cuarenta temporadas ininterrumpidas de torero, de matador de toros. Con sesenta y cinco años y tan ricamente bien. Don Francisco, como don Antonio, eran y son toreros siempre. De Ordóñez y su carácter se dijeron muchas cosas, no siempre agradables. Para mí era todo un señor, y no guardo de su amistad y su trato más que recuerdos fantásticos. Lo comentaba hace pocos días con otro ordoñista y currista de pro, amigo y vecino de estas páginas, sevillano finísimo y gran escritor. Me refiero a don Antonio Burgos. Gracias a Burgos he conocido, tratado y acercado aún más mi devoción a Curro Romero. Personaje insólito, riquísimo en matices humanos, sentencioso y humilde, genial como una ráfaga callada de su toreo.

Cuarenta años de alternativa no los supera nadie. Puede salirme un estadístico respondón desmintiéndome. "El torero Fermín Cascales se retiró en 1931 después de cuarenta y tres años de alternativa". Me da igual. En el caso de que haya existido el tal Fermín Cascales, que le den por retambufa a Cascales. Lo difícil es mantener cuarenta años, ante los toros y ante la vida, la torería de Curro Romero. Ser un Cascales cualquiera no es nada complicado. Ser Curro Romero y don Francisco Romero, manda narices. Sí, lo de siempre. El que detiene lo relojes, el que ralentiza la corriente del Guadalquivir a su paso por la Real Maestranza, el que desmaya los brazos y duerme las verónicas, el que dibuja el asombro de la cadencia. Por eso, y muchísimo más. Curro Romero es diferente en todo, porque se quita importancia, que es lo más difícil que se puede hacer cuando uno es importante de verdad. Como si a Fleming, un minuto después de descubrir la penicilina, le dicen que es un genio y un benefactor de la humanidad, y te mira y se sonríe como si la cosa no fuera con él.

Don Francisco Romero es el fundador de una religión donde no cabe el fundamentalismo ni el fanatismo. Cabe la armonía. El Director de la edición sevillana de ABC, don Manuel Ramírez, es otro currista hondo y profundo. Me asombró con sus conocimientos pocas noches atrás. De Curro Romero se puede esperar todo, ante el toro, todavía. De don Francisco Romero se puede esperar más, si ello es posible. Esa forma de entender la vida, de no importunar a la gente, de rebajar su presencia, de huir de la fama, de hablar y querer como un hombre bueno y de iluminar una charla entre amigos con un talento medio y prodigioso, son realidades en don Francisco Romero. Y claro, la gracia, el arte, el desmayo, la flor rotunda, la maravilla de su toreo, son realidades en Curro. Con ambos me quedo, como miembro de su religión.

Pero esos ¡cuarenta años ante los toros! Eso no tiene precio ni valor ni medida. Lo dice quien ha saltado la barrera atropelladamente ante una vaca lechera llamada "Charolita" y una puñetera abulense que no contó para culminar su crimen con una humilde y vieja encina acogedora, genuína representante de la hidalguía y caballerosidad de la Alta Castilla.

A sus verónicas, don Francisco. *




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