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Domingo, 18 de abril de 1999

A continuación transcribimos el artículo firmado por Juan M. Núñez, en el Diario La Verdad. Espartaco logró otros dos apéndices y Francisco Rivera Ordóñez cortó una oreja, en una tarde redonda ..


LA LOCURA: CURRO, DOS EN SEVILLA


Toros de Juan Pedro Domecq, aceptablemente presentados y de buen juego en general, aunque al segundo le fallaron mucho las fuerzas y el tercero acabó rajado. Curro Romero: pinchazo y estocada delantera (aclamada vuelta); y estocada (dos orejas). Juan Antonio Ruiz Espartaco: pinchazo y casi entera (silencio); y gran estocada (dos orejas). Francisco Rivera Ordóñez: buena estocada (ovación); y estocada (una oreja). En la enfermería fue atendido el banderillero Juan Currín de un varetazo corrido y varias contusiones, de pronóstico leve. La plaza registró lleno de no hay billetes.

Como un sueño en la historia presente del toreo, el triunfo de Curro Romero, con dos orejas, y el de Espartaco, con idéntico balance, mientras Rivera Ordóñez se llevó un trofeo de ley. En La Maestranza se vivió una gran tarde de toros y, sobre todo, de toreros. El público, como siempre que torea Curro, abriga la esperanza de ver alguna genialidad, aunque sean pinceladas sueltas. La falta de costumbre (desde el 82 no cortaba dos orejas en Sevilla) hacia inimaginable una faena brillante y compacta a la vez. Fue un triunfo vivido en cada pasaje y situación. Pero habría más, dado que cuando Curro es protagonista, parece que los demás pasan desapercibidos. Y no fue el caso, ya que el reaparecido Espartaco estuvo igualmente sensacional.

Dos orejas para cada uno de los dos toreros. Y cuando ya la dicha había llegado a su punto álgido, se hizo presente el joven Rivera Ordóñez para aportar más brillantez todavía, con una faena también de una oreja, triunfo que no debe interpretarse en el contexto de una tarde triunfalista. Los cinco trofeos se ganaron en muy buena lid, sin generosidad en el Palco ni en el tendido. Se dieron las exigencias propias de una plaza de la categoría de Sevilla, que ya es decir. Lo fundamental, eso sí, es que se produjo el milagro del toreo en la más justa, bella y auténtica expresión.

A Curro Romero, por ejemplo, se le vio inspiradísimo con el capote en su primero, al que lanceó con magia. La embestida del juampedro, suave, y el ánimo del torero, muy crecido, así que hubo también un comienzo de faena de categoría, mucho más allá de las pinceladas que acostumbra. La circunstancia de que el astado se apagara pronto hizo que aquello no terminara de tomar el vuelo que se presagiaba.

Claro que en el cuarto superó lo anterior. Otra vez los lances mecidos con el capotillo muy recogido, y la singular marchosería de su figura hacia adelante en la media marca de la casa. La locura. Y en pleno éxtasis, otra serie más de lances, corregida y aumentada la que todavía se estaba celebrando. La música rompió a sonar. No hay palabras para definir aquello.

Ya con la muleta, de nuevo la inspiración. Una torerísima planta, erguida en la ejecución de los muletazos y pavoneándose en los finales de serie, a la salida de los remates de pecho o trincherillas y de la firma. Llamó la atención también lo compacto de las series, el toque de la ligazón. La faena, densa en lo artístico, tuvo también buen argumento técnico. Y como entró la espada a la primera, la concesión del doble trofeo fue de una absoluta unanimidad.

Espartaco, que nada pudo hacer con su inválido primero. No se lo consintió ni el toro ni cierto sector del público (la grada cuatro de la Maestranza empieza a parecerse al tendido siete de Las Ventas), en el quinto soltó las amarras de una tauromaquia espléndida, la de la interpretación con reposo y mucho gusto, además sobre la base de su magnífica técnica. El reaparecido Espartaco, al cabo de cuatro años sin torear una feria de abril por una lesión de rodilla, se gustó lo indecible, poniendo mucha alma. Con la espada estuvo de sensación, en corto y por derecho. Cobró la que de momento es la estocada de la feria. Dos orejas sin discusión.

Rivera buscó estar a la altura de las circunstancias, y lo consiguió. Su rajado primero no le dejó entrar en profundidades. Al rebrincado pero noble sexto lo llevó largo, ligándole derechazos y naturales a base de dejarle el engaño en la cara, haciéndole un toreo muy pausado y recio.








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