LUIS CARLOS PERIS
Sesenta años... y pegando lances


Sevilla se entregó en cuerpo y alma a un torero trianero que instaló sus reales en la Alameda de Hércules y de los Gallos y más tarde le inclinóCartel del debú de Curro en Sevilla, a modo de preventivo de la sustititución que Romero hacía aquella tarde. Es el único que se imprimió con el verdadero cartel del festejo, de prisa y corriendo, la mañana de la novillada, para anunciar la sustitución de Juan García sus favores a un rubio de San Bernardo que toreaba como le hubiera gustado hacer el toreo a cualquiera de los muchos niños sevillanos que soñaban con liarse en el capote de paseo y cuajar un toro en la Maestranza. Con el paso del tiempo, y con el aval incontestable de Juan Belmonte y de Rafael el Gallo, con Chicuelo y Pepe Luis en sus cuarteles de invierno, se decantó apasionada y fervorosamente por un muchacho de Camas que apareció pegando lances en la Maestranza por la gatera sorprendente de una sustitución y que ahí sigue como personaje de una aventura inigualada, la aventura de vestirse de torero y de hasta estar bien con sesenta años cumplidos.

Sesenta años cumplidos a mediados de esta semana y primero en la lista de Diodoro Canorea a la hora de contratar los toreros que formen la Feria del 94. Esa es la grandeza de un torero irrepetible, no sólo la de torear a esa edad, sino de hacerlo a tanto dinero como el que más, en condiciones inmejorables y , aún más importante, toreando sólo cuándo, cómo y dónde le da la real gana. Hasta llegar a hoy han tenido que pasar casi cuarenta años y ha tenido que ocurrir que nuestro personaje, el hombre que heredó de Chicuelo y de Pepe Luis la mano de Sevilla, cumpla sesenta años cuando se encuentra en plena vigencia y a Sevilla todavía le duelen las manos de tocarle las manos no hace ni dos meses, justo el día del Pilar, con un bien armado toro de Moura, y por cuatro arañazos en el alma que cerró con el de pecho.

Sesenta años ya que nació en Camas, calle del Angel, infancia dura de Gambogaz, adolescencia de recadero en la farmacia de Pedro Fernández Conradi, pero con un escenario que hace de común denominador, el campo de fútbol del Camas. Ahí es donde Salomón Vargas le dice que con dos dedos se puede coger un capote para moverlo al ritmo que te baja del corazón. Lances de portería a portería al toro invisible de la ilusión, collera en el toreo de salón con Juan Marqueño, novillero ya con cierto nombre que, con el tiempo, se vestirá de plata en la cuadrilla del Faraón, primero, y en la de Paco Camino hasta que abandonó este mundo.

El tiempo discurre moroso cuando se está saliendo de la gran crujía de la posguerra. Camas, ahí al lado, parece alejadísima de la capital, por aquel entonces hay gente en el pueblo que van a morirse sin conocer Sevilla y el nexo de unión entre la urbe y el pueblo es el tranvía, un tranvía que roza los tendidos de sol de la primera plaza que verá las excelencias de este torero irrepetible. Las vías discurren junto a la placita de la Pañoleta, suenan las chicharras y no se apetece el mistela ni el pasa que expenden en Gaviño, es día de Santiago, se ha organizado una becerrada en la placita del arrabal camero y se cae del cartel Juan Marqueño, que le ha pedido a Pepe Brageli un dinero que éste considera excesivo.

Y ahí ese 25 de julio del 54, comienza a fraguarse la leyenda del torero más legendario que salió de vientre de mujer. El boca a boca hace efecto y por General Polavieja o junto al agueducho de Tina en la Plaza Nueva, corre a la velocidad de la luz que un muchacho de Camas ha toreado como el que lo inventó. La leyenda va germinando, pero sólo es entre la gente del toro, entre banderilleros, mozos de espadas y en el entorno de Pepe Brageli, que es quien le está ayudando.

Se va acercando el día en que Curro rompa la batería de la semiclandestinidad, el día que Sevilla se entere de que hay un pretendiente a la mano que dejó Pepe Luis, que anda viendo crecer a sus hijos a caballo entre el chalé en Beatriz de Suabia y "El Canto", su finca de la Vega de Carmona. Por este tiempo ya ha roto la batería un chiquillo del primer novio torero de Sevilla, un hijo de Manolo Chicuelo y de Dora la Cordobesita que se llama Rafael y que se anuncia como su padre.

Todo indica que será Rafaelito Chicuelo el nuevo amor de Sevilla, pero sus éxitos iniciales van perdiéndose porque los toros le pegan certeros y el ánimo se le va yendo por el boquete de las cornadas. De todas maneras, en ese momento hay un puñado de muchachos que hacen pensar lo mejor. El Pío, Curro Puya, Antonio Gallardo -aún afirman algunos que nadie toreó a la verónica como Gallardo-, Antonio Cobo, Juanito Vázquez, Romerito, Diego Puerta, Paco Camino...

Mandan Luis Miguel y Ordóñez en el toreo, torea más que nadie Cesar Girón, en Sevilla pasea la gente desde la Granja Garrigós a Coliseo, hay que ir al Barranco para coger el tranvía de Camas, ese mismo tranvía que Curro coge a diario para cumplir con sus deberes militares en la Maestranza de Artillería, cuartel a tiro de piedra del escenario de sus gestas venideras.

Y se rompe esa batería en la tarde del 26 de mayo del 57. Se anuncian en los carteles novillos de Benítez Cubero para Romerito, José Trincheira y Mondeño, pero este último no está en condiciones, presenta el parte facultativo y por ahí, como tres años antes en la Pañoleta, se mete Curro. Es tarde de sol luminoso, la entrada es muy buena, los tranvías de Camas han venido hasta los topes al conjuro de Curro y en sus localidades de cada domingo están Juan Belmonte y Rafael el Gallo, dos monumentos al toreo vivos que serán notarios que testifiquen el sí de Sevilla a la pretensión de este joven camero que torea más con el corazón que con la cabeza.

Arranca la leyenda en una tarde que, como tantas en la vida torera de Romero, se cierra en tormenta. Se han acoplado sobre la marcha los cárdenos que vienen del Aljarafe y llueve con fuerza mientras Curro borda el toreo en el bastidor del Baratillo. Ropa de verano en los tendidos, pero nadie se va de la plaza. Se tiene la convicción en el tendido y en la grada, en la barrera y en el ensolerado palco de los Herrera que se está asistiendo a una cita con la historia, al advenimiento de un torero con mucho que decir y, al parecer, dispuesto a decirlo. Al día siguiente, o quizá muchos días después, Juan Belmonte diagnosticaría: "Ver a Curro cuajar un toro es igual que si te toca el gordo de la lotería; a lo mejor no toca nunca, pero si toca..."

La primera Feria de Curro, la del 59, sólo sirve para reafirmar la leyenda y se da la circunstancia de que debuta en labores empresariales un manchego orondo y con cara de buena persona que está casado con la hija de Don Eduardo Pagés. Se trata de Diodoro Canorea y entonces ni a echarse a pensar que treinta y cuatro años después, Curro Romero iba a seguir figurando en esos carteles que él configura cada invierno para el gran acontecimiento de abril en la Maestranza.

Fueron pasando los años, apoderados como Diego Martínez, su suegro Antonio Márquez, Camará, Sánchez Mejías, José Luis Lozano, Domingo Dominguín, Manolo Cano, otra vez Camará, Antonio Ordóñez, Sayalero y Bandrés, Manuel Cisneros...Con los años, gestas como aquella de los seis toros de Urquíjo, 19 de Mayo del 66, seis toros y seis estocadas, ocho orejas, a hombros hasta el hotel Colón.

Demasiadas gestas para que la leyenda no se mitificase, Sevilla toreando por las calles tras ver a Curro cómo esperaba que localizasen a los picadores dándole lances al sombrero de Tassara. Corpus del 60, última corrida de Manolo González en Sevilla y primera salida bajo el arco triunfal de la Capilla Sixtina del toreo. Cortito en brindis, para el recuerdo el de la primera vez que el Rey Juan Carlos pisó la Maestranza o el que le dedicó a Franco la última tarde que el general vio toros en Sevilla. En el 68 al Rey, un año antes a Franco.

La tarde con Puerta y Camino, aquella con Ordóñez y el Litri mientras no dejaba de llover, otra vez seis toros y también a hombros por el Paseo Colón, cinco tardes en la Feria, quinarios de Romero, quinta y, por el momento, última salida por la Puerta del Príncipe en la tarde del debut en Sevilla de un chaval llamado Juan Antonio Ruíz y al que conocen por Espartaco, a las tardes con Ordóñez suceden las que alterna con Paquirri, enésimo mano a mano con Rafael de Paula, San Sebastián, Granada, Lima, Jerez, Las Ventas, Bilbao, Nimes, Málaga, Lisboa, Vitoria, Almería, mucha sangre en Almería y en Algeciras, en La Línea, en Zafra y en El Puerto.

La vida larga e intensa del Faraón cabe en las seguiriyas de Caracol en el silencio maestrante con Curro en los medios cuajando el broche de trinchera, vestíos con solapa y vuelta a lo clásico, terciopelo y azabache cuando los siete toros de Urquíjo en Madrid, aquel canario y plata con el que le hizo el quite al segundo toro de Ordóñez mientras seguía lloviendo, el celeste y oro que guarda Cuqui Fierro en su casa como recuerdo del 19-5-66 de los seis toros, las seis estocadas y las ocho orejas.

Hitos para la leyenda, cimientos para el mito, recuerdos que llenan la vida de los que, cuando debutó andábamos pidiendo pantalón largo, el Sevilla en Nervión, Villamarín queriendo impulsar al Betis, ni a soñar Del Sol con el Madrid, los tranvías por toda Sevilla, un chaval que lo borda y que puede hacerse con la mano de Sevilla, con esa mano que antes poseyeron Chicuelo y Pepe Luis. Dicen que es de Camas, que está de recadero en una farmacia y que coge el capote con dos dedos... Bueno, pues ese chaval ya tiene sesenta años y lo más grande es que aún no ha hecho dos meses que tocó pelo en Sevilla.

Era viernes, luminoso en los altos cielos de abril y se estaba rematando la Feria del 66 sin que las cosas anduviesen boyantes para Curro Romero. Era una feria en la que sólo se hablaba de la faena de Santiago Martín "El Viti" a un toro colorao de Samuel Flores. Un faenón de ensueño que, a pesar de no ser rematado con la espada, iba a permitir que el salmantino entrase en Sevilla para siempre. Decididamente la Feria no discurría favorable para el camero, que había estado a la deriva con las corridas de Benítez Cubero y de Samuel. Hizo el tercer y último paseo el viernes de Feria, toros de alipio Pérez Tabernero para Jaime Ostos, Curro Romero y Paco Camino.

No se enderezaban las cosas y si tanto Ostos como Camino no estuvieron brillantes, Curro anduvo fatal y salió el sexto de la tarde, segundo de Camino. Había recibido el primer puyazo y estaba Paco en la boca de riego citando para el quite por chicuelinas. El capote le tapaba hasta la barbilla y en esas que se oyó, potente y clara, una voz en el tendido: "¡Curro, ya vendrá el verano!". Era una frase de moda, un eslogan publicitario con el que se anunciaba una firma de frigoríficos. Se oyó el grito y Camino, sin poder aguantar la risa tras el embozo del capote, desistió de hacer el quite mientras Romero se iba hacia el callejón como suele irse en las tardes negras, silente, faraónico y sin levantar la cabeza.

...y el verano llegó. No tardó demasiado, pues el grito se daba en la tarde del 22 de abril y cuatro semanas después, justo el 19 de mayo, Curro alcanzaba el éxito más resonante de su carrera, el de tumbar a seis toros de Urquijo de seis estocadas para cortar ocho orejas, salir por la Puerta del Príncipe y ser conducido hasta el hotel Colón por los hombros de Sevilla.

Luis Carlos Peris
El Dominical, 05/12/93
Diario 16

NOTA: Cartel del debut de Curro en Sevilla, a modo de preventivo de la sustititución que Romero hacía aquella tarde. Es el único que se imprimió con el verdadero cartel del festejo, de prisa y corriendo, la mañana de la novillada, para anunciar la sustitución de Juan García "Mondeño", que era quien figuraba en los carteles oficiales




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