JOSE ENRIQUE MORENO Y en el cuarto toro, Romero resucitó |
Curro hizo lo que puede hacer y Sevilla lo premió con lo que le tenía que premiar: la oreja del cuarto. No se miró la espada -claramente baja- porque cuando el Faraón se tiró a matar todos rebuscaban en sus bolsillos un pañuelo que, en el caso de los curristas, llevaba algún tiempo sin asomar. Parecía milagro, pero era verdad. La oreja era premio a una faena, pero también a una actitud que el torero mantuvo durante toda una tarde. Curro tuvo ilusión por torear, algo que ya sucedió aquel 1 de octubre de 1995, pero que siempre es festejado por todo lo alto. Y la ilusión, que no mira ni edades ni limitaciones físicas, resucitó a este camero que muchas veces parece aletargado a la espera de su toro. La imagen se antoja histórica. Curro con una oreja en su mano, que luego cambió por el romero porque las orejas son despojos, paseó el ruedo maestrante. Pero, ¿qué había pasado?, ¿mereció Curro el triunfo?. El crítico debe plantearse estas cuestiones, pero para el espectador de la plaza ambas tuvieron respuesta inmediata e indiscutible: Romero hizo el toreo y mereció la oreja. Otra cosa es la reflexión en frío, el análisis de lo sucedido desde la perspectiva que dan unos minutos de calma y el encontrarse fuera de la plaza. Aun así, en el caso de ayer predomina lo bueno sobre lo malo, por mucho que se sobrevalorara lo primero y se obviara lo último. Y es que Curro Romero no hizo el amago, sino que toreó en sus dos toros. El primero de ellos estuvo a punto de provocar el escándalo cuando se derrumbó a la salida del segundo puyazo, pero luego se recuperó. La flojedad, que hubiera sido un hándicap para cualquier otro torero, fue condición indispensable para que Romero estuviera confiado desde que cogió la muleta. El de Torrealta tenía sin embargo una nobleza encomiable y metía la cara bien cuando iba hacia adentro. Romero, que es listo, lo apreció y lo aprovechó llevando muy despacio al toro en derechazos interminables. Fueron apenas tres tandas -rematada la primera con un precioso kikirikí- interrumpidas porque el toro protestaba cuando iba hacia fuera. Cuando vio que su enemigo no tenía más, concluyó de mala manera con una estocada que hizo guardia y dos descabellos. En el cuarto, un toro muy noble de 609 kilos, Romero escribió una hermosa página en el libro inagotable de su relación con Sevilla. Ya de capa predispuso al personal ganando terreno con lances que pusieron la plaza en pie. Después del primer puyazo volvió a quitar bien a la verónica, y con la muleta su mayor virtud fue colocarse rápidamente en el sitio. Una vez allí, corrió la mano con ese empaque que tiene. De nuevo fue una faena corta propiciada por un toro de gran calidad en la embestida, pero la torería de Curro lo envolvió todo y provocó el entusiasmo general. Quién a esas alturas, no quería ver al camero pasear una oreja por muy mal que matara... |
José E. Moreno
Toros, 08/04/96 El Correo de Andalucía |
Un torero con dominio... |
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