ANTONIO BURGOS
Una reserva de trincones


"Como estamos en el ocaso del trincón, hablar de la Cultura del Pelotazo es remontarse a algo tan antiguo como la Cultura del Vaso Campaniforme"




Si trincaron o no trincaron es cuestión no menor de entre las graves planteadas en el juicio por el secuestro de Segundo Marey. Trincar o no trincar, he aquí el problema. Igual que los falangistas decían que en España empieza a amanecer, los populares han venido con la bendita copla que dice que en España se empieza a no trincar. Como estamos en el ocaso del trincón, hablar ya de la Cultura del Pelotazo es remontarse a algo tan antiguo como la Cultura del Vaso Campaniforme, ¿te acuerdas cuando circulaban los maletines, y cuando los tíos se llevaban comisiones, y cuando los hermanos ponían la mano? Ahora que ya tenemos esta perspectiva histórica podemos establecer que la llegada de la izquierda al poder en España significó que la trincadeira cambió de sitio. Antes parecía que nada más que trincaban los críticos taurinos, y, desde aquel 28 de octubre de la ventanita del Palace, se nos figuraba de que habíamos elegido para gobernarnos no al Partido Socialista, sino a la junta directiva de la Asociación de Críticos Taurinos por el plan antiguo.

Al español, empero, le gusta trincar. A los socialistas trincones no les tenían desprecio, sino envidia, que era lo peligroso. Muchos han envidiado la capacidad de meter la mano en el cajón de Roldán, que, lo que son las cosas, nos hemos olvidado no solamente de Roldán, sino de aquel ridículo gabán con que Roldán fue apresado, o entregado en la charlotada del aeropuerto de Bangkok. He dicho ahí arriba lo de Críticos Taurinos por el plan antiguo porque ojalá la política hubiera estado tan limpia de polvo y paja como la casi totalidad de los revisteros de la fiesta hoy. Por lo que se ve, el sobre, el famoso sobre, pasó de los vestíbulos de los hoteles taurinos a los despachos de los ministros y directores generales felipistas.

De estas cosas hablaba con el apoderado de uno de los toreros que encabezan el escalafón y le pregunté del tirón si él seguía dando sobres a los críticos. Me dijo:

-Muy pocos, pero los doy. ¿Y sabes por qué los doy? Hombre, pues porque igual que hay quienes crean una asociación para proteger al pato malvasía o a los flamencos de Doñana como especie amenazada y en trance de extinción, yo me hago cargo de que soy de la Asociación Protectora de Trincones, y sigo repartiendo sobres a los pobrecitos que, como tú dices, no se han enterado de nada, van por el plan antiguo y siguen yendo a los vestíbulos de los hoteles a por lo suyo. Si supiera que no lo ibas a publicar, hasta te decía los nombres de los viejecitos que todavía trincan, que a los pobres los han echado de los medios importantes, pero que se han buscado la vida en programitas de radios municipales, en revistitas de éstas que reparten gratis por los barrios... A mí me dan mucha pena cuando voy por el torero y se acercan a por su sobre, como si siguieran mandando en la fiesta y tuvieran aquellos pujos de cuando estaban con treinta años y un micrófono en la mano... Ya te digo, yo me tengo montada como una especie de Reserva de Doñana de Trincones. Les doy su dinerito, se ponen muy contentos y después ponen muy bien a mi torero, pero da lo mismo, porque donde hablan o escriben no los oye ni los lee nadie...

Sí que tenían antaño pufos estos trincones de los toros. Más o menos como los ahora orejigachos trincones de la política. Hasta defendían la contradictoria dignidad de su dinero. Llegaban al hotel, cogían el sobre y, al tacto, por su grosor, adivinaban lo que había dentro. Tal hizo uno que acababa de recibir un sobre que le entregó Pepe Luis Vázquez. Altanero el revistero, tocó el sobre, lo aforó y dijo muy digno al maestro de San Bernardo:
-Este no es mi dinero...

Y Pepe Luis, en esas sentencias filosóficas que suelen abundar en boca de los toreros, le dijo muy resuelto, tomándole la palabra y, con ella, el sobre que instantes antes le había dado:
-Tiene usted razón, éste no es su dinero. Este dinero es mío, que me lo he ganado jugándome la vida delante de los toros... Así que traiga usted para acá el sobre y vaya usted mucho con Dios...

En la senda artística y ética de Pepe Luis, Curro Romero también se rebeló contra el untamiento de la prensa. Un día, al término de una corrida, reunió a un grupo de críticos de campanillas en el cuarto de su hotel y les dijo:
-Señores, a partir de mañana no pienso darles más un duro. Ustedes pongan lo que tengan que poner, pero el dinero que les doy a ustedes me hace a mí falta para mi casa...

Tal ocurrió tras una tarde aciaga en Guadalajara. Tarde de almohadillas en el ruedo. Se repetía el escándalo del día anterior, que había recogido la prensa. En el coche de cuadrillas, volviendo de la plaza, Romero preguntó a su apoderado:
-Joselito, ¿ayer se repartió a la prensa?
-Sí, maestro, como siempre...
-Pues aquí no se va a repartir más...
-¿Por qué, maestro?
-Mira, de lo de ayer ponen los telegramas: "Curro Romero, bronca y gran bronca..." Hombre, Joselito, y si trincaba el tío, digo yo que por lo menos podía haber quitado lo de gran...    

Antonio Burgos
Apuntes del Natural
Epoca. Número 695


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