ANTONIO BURGOS
Los tres detalles de Curro en Antequera


Dar la espantá para no salir a hombros por la puerta grande con las dos orejas y el rabo es de genio




Yo estuve en Antequera. En la corrida goyesca de Antequera. El 20 de agosto de 1998. Aún me sigue pareciendo que acabo de salir de la plaza de los toros, y que los curristas estamos mutuamente dándonos la enhorabuena por la calle Estepa. Para el currismo militante, lo de "yo estuve en Antequera" es como decir para la historia del siglo XX que yo estuve en playa de Normandía en junio de 1945 o que yo estuve en París en mayo de 1968. Los detractores de Antonio Chenel "Antoñete" y del tres veces excelentísimo señor don Francisco Romero López decían con toda la guasa del mundo que lo de Antequera era, en verdad, la corrida del siglo. Como por delante iba el rejoneador Hermoso de Mendoza, decían las mojarras de doble filo que si bien la plaza cumplía 150 años, entre el caballo Cagancho, don Antonio y don Francisco tenían muchos más años que el sesquicentenario coso antequerano.

La goyesca de Antequera demuestra que los dioses no tienen edad, como le dice Antonio Gala en un telegrama cada cumpleaños a Rocío Jurado. Los que estuvimos en Antequera cambiamos los cuatro toros de Jandilla por abonos completos de Las Ventas o de La Maestranza, y por supuesto por todas las corridas generales de Bilbao. Ya se ha comentado en las crónicas lo que hizo Antoñete, con quien me reconcilié tras su lamentable paso por los comentarios de Canal Plus. Chenel sigue teniendo un conocimiento de los terrenos y del sitio que ya quisieran todas las figuritas que pasan por figurones. ¿No decían los detractores no se qué del autobús del Inserso? Pues si tal es, hijos míos, os cambio el Inserso, sin ver, por toda la plastilina adocenada de los pegapases de vuestro jardín de la infancia... Interpreto lo de Antequera como parte de la tarea de restauración del patrimonio histórico-artístico que lleva a cabo el alcalde de la ciudad, el socialista Jesús Romero Benítez. Un socialista atípico, al que los de su partido querían quitar, porque se les salía hacia la derecha y hacia la honradez de los esquemas del mangoneo. La ciudad se rebeló contra el partido. ¿Y saben quiénes encabezaban las manifestaciones de apoyo al alcalde socialista? Pues las monjas de clausura, cuyos conventos ha dejado el alcalde de dulce, como todo el conjunto histórico de la ciudad. Aquí es donde creo que está la clave de que en Antequera viéramos esa maravilla única en la historia, un cartel excepcional para un torero fuera de todas las reglas, como es Curro Romero. El alcalde Romero (Romero tenía que ser) ha restaurado el Arco de los Gigantes de la muralla antequerana y, no conforme con ello, con motivo del siglo y medio de la plaza, quiso también restaurar el Arco de los Gigantes del Toreo. Y lo consiguió.

No voy a hablar de Curro como un dios vencedor del tiempo, pegando verónicas de ensueño desde el tercio a la boca de riego, a la que hacía la competencia el viejo camión Dion Buton restaurado por el alcalde para nostalgia de los antequeranos. No voy a hablar de cómo la perfección de una faena puede lograrse con sólo diez o doce muletazos. O menos... Ni a hablar voy de lo insólito de que esa faena de Romero fuera al último de la tarde. ¿Cuándo vamos a ver otra vez a Curro como último espada, cerrando plaza, con otro de mayor antigüedad de alternativa como cabeza de cartel? Lo de Curro en Antequera tuvo hasta la perfección del seguro azar de que fuera en el segundo toro, no en el primero, tras las dos orejas imborrables de Antoñete.

Y aquí viene lo que se me quedó en la memoria, lo que llamaría los tres detalles de Curro en Antequera. Con sus ciento cincuenta años encima, la plaza se puso boca abajo pidiendo las orejas y el rabo. Romero mantenía su misma calma de siempre. Como si aquello no fuera con él. Hay que tener la cabeza muy fría y sobre los hombros del vestido goyesco para no emborracharse de triunfo. Curro es abstemio a estos efectos. Primer detalle: estaban los banderilleros como suelen por los pueblos, intentando cortar las orejas aún no concedidas e increpando al presidente. Curro, enérgico, salió al tercio y ordenó a Alcalareño, a Chacón y a Miguelete que se retiraran de allí inmediatamente.

Segundo detalle: salió el alguacil, y le entregó las dos orejas y el rabo. Y El Faraón, saludando a la presidencia con una oreja en la izquierda y la otra y el rabo en a derecha, abrió los dedos de la mano y dejó caer al suelo el rabo, con displicencia sólo comparable a la elegancia del gesto. Como diciendo que no lo merecía y que la duda es buen camino siempre hacia la verdad. La presidencia entonces se lo confirmó. Sólo entonces tomó el rabo, que le recogieron del suelo. Por unos instantes. Al punto cambió los trofeos por una mata de romero.

Tercer detalle: y cuando empezaba a dar la vuelta al ruedo y querían sacarlo a hombros por la puerta grande, cogió Curro, y en una carrera de medalla olímpica de los 100 metros, pleno de forma, se quitó de enmedio al pasar por la puerta de cuadrillas. De genio. Dar la espantá para no salir a hombros por la puerta grande con las dos orejas y el rabo es de genio. De un genio al que espanta cuanto no sea la perfección de la armonía y la proporción de la medida.

Antonio Burgos
Apuntes del Natural
Epoca. Septiembre, 1998


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