ANTONIO GARCÍA BARBEITO
Costumbre


Estábamos hechos a un Curro Romero de más almohadillas que vueltas al ruedo,de más silbidos que óles,de más puertas de atrás que principales,y,en las crónicas del día siguiente,de más paréntesis con broncas que con aplausos o saludos.Curro era el azar,pero un azar más cerca de la espantá que de la locura.Curro despachaba dos y media cada veinte corridas y ténia asegurada la presencia de fieles-e infieles-allí donde se anunciaba.Pero Curro.un dí,allá por sus sesenta y pico,se nos puso como nunca debió ponerse:regular.Curro la da en todas las de Sevilla,la da en Toledo,en Marbella,en El Puerto y,si lo ponen,en la plaza portátil del pueblo más perdido.Curro,a sus sesenta y pico,ha querido echar el resto,pero ese resto,desde la pasión que tanto le quiere,se hubiera preferido co esa magia por alambique,con la gloria goteante de un paseíllo un quite,dos trincherazos y pare usted de contar.Pero no.Curroa se ha empeņado en torear todas las tardes y eso no es bueno,ni para Curro ni para el Currismo.

Por desgracia(y por suerte también a veces),las costumbres son muy puņeteras,nos hacemos a ellas y,por contrarias que sean,nos sentimos incómodos en cuanto nos las quitan.Curro-digo su forma,su escasez regalando pases,su permanente duda-era una costumbre,y ya lamentábamos no ver de él,ni lo bueno ni lo malo,que hay tardes mala de Curro que guardan,por todo lo que las rodeó,tanta gracia o tanto tarro destapado como las de más gloria.No haber estado,por ejemplo,aquella tarde en que Curro se dejó vivo un toro y acabó en comisaría,es un apunte al debe en la religión currista.Y Curro,a sus sesenta y pico,deja de dar-como dice mi querido García Caviedes-sainetillos y se entrega como si tuviera necesidad de abrirse un hueco en la feria de mi pueblo.Y viene lo que viene:nos hace a lo bueno y en cuanto una tarde vuelve a donde solía,la decepción y el comentario sobre sus aņos y su retirada.Injusto.

Le pasa a Curro y nos pasa a todos.Cuando acostumbramos a alguien a las migajas,nos agradecen con locura un mendrugo cada Curroseis meses,mas si lo acostumbramos al pan tierno y diario, no nos perdonan si un día le damos un bollo asentado. No es bueno darse tanto, porque no siempre encontraremos a quien lo sepa agradecer. En su toreo, maestro, dos y media al año; y en la vida, nosotros, migajas. Hay gente que no sabe hacer la digestión de una buena comida.
Antonio García Barbeito
El zaguán, 03/09/97
El Correo de Andalucía



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