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Viernes, 21 de agosto de 1998

Un Curro de Antología cortó dos orejas y rabo. La pluma de José Enrique Moreno en El Correo de Andalucía..


Astados Se lidiaron dos toros para rejones de Villalobillos, parados y poco colaboradores, y cuatro de Jandilla, correctos de presentación y de juego desigual. El primero tuvo nobleza y humilló siempre, pero fue castigado en exceso. El quinto, aunque rajado, resultó manejable. El sexto fue el mejor por su docilidad.

Pablo Hermoso de Mendoza: Saludos y vuelta al ruedo.
Antonio Chenel Antoñete: Oreja y dos orejas. De celeste y oro.
Curro Romero: Silencio y dos orejas y rabo. De verde y azabache.

Incidencias: La plaza registró un lleno total en la sombra y poco más de un cuarto en el sol. Manuel Chaves descubrió una placa conmemorativa de los 150 años de la plaza antequerana.





PIQUE ENTRE DOS QUE EMPIEZAN.


Una tarde de nostalgias, de recuerdo de lo pasado, de toreo con olor añejo y un aniversario tan señalado como los 150 años de esta preciosa plaza, merecían un lleno para celebrarlo, pero el calor apretó de lo lindo ayer en Antequera y sólo se llenó la sombra.

Por lo demás, la tarde siguió su curso: hubo inauguración de una placa por parte del presidente de la Junta de Andalucía, Manuel Chaves, exhibición de carruajes en el ruedo, y vistoso paseíllo con los atuendos propios de las corridas Goyescas. Aunque lo abría una primera figura del rejoneo, todas las miradas se posaron en los veteranos Antoñete y Romero, dos dinosaurios del toreo que se empañan en ganarle la partida al inexorable paso del tiempo. Allí estaban con sus 66 y 64 años a cuestas, a los 45 y 39 años -respectivamente -de haber tomado la alternativa, para intentar hacer algo a lo que ellos siempre supieron dar el marchamo de eterno. Y lo hicieron.

Pero en el arranque de la tarde los duendes parecían estar lejos de esta bella plaza malagueña. Sólo revolotearon cuando Antoñete recibió de capa a su primero con su característica majestad: hubo una media imborrable. El arte no se pierde, pero sí las facultades físicas, que ya no son las mismas y que llevaron al madrileño a ordenar un severo castigo -hasta tres puyazos- para un toro humillador y noble. Así, Antoñete se encontró con un toro que siguió humillando, pero que se apagó pronto, al que tan sólo dio algún que otro natural estimable. Eso y una estocada buena al segundo intento le valió para cortar una oreja.Una de las fotos preferidas de Romero

Por lo menos Antoñete hizo eso: Romero no hizo nada en su primero. Ni capote, ni muleta, nada. Bueno, sí hizo: aplicar su infalible técnica destructiva para parar a un toro que se desplazaba. Ni siquiera Pablo Hermoso pudo calentar en el prólogo ecuestre: un toro parado no le ayudó nada.

Precisamente después de la merienda Pablo Hermoso si creó espectáculo montando al ya recuperado Cagancho. El tercio de banderillas con un toro aquerenciado fue espectacular porque porque este caballo no ha perdido para nada el sitio delante del toro. Fue una actuación de dos orejas que el rejoneador navarro estropeó con el acero.

Y después, el susto: Antoñete empezaba a lucirse a la verónica en el quinto cuando el toro hizo hilo y lo cogió de mala manera. Afortunadamente el pitón no caló y Antoñete volvió con pundonor a la cara, como tiene que ser. Este toro no se empleó abajo como el otro, sino que apretó siempre para dentro buscando la querencia de tablas. Con todo, Antoñete lo quiso torear y esbozó algún que otro natural antes de dejar para el recuerdo un redondo inmenso y adornarse por bajo con gran empaque. Mató con rapidez y paseó dos orejas que fueron un acicate para Romero.

El de Camas se picó con el madrileño como si fuera un princiapiante. Verán: salió arrancando a torear a la verónica, con lances y despegadillos, pero emotivos, y una buena media. Se formó lo que únicamente se forma en una plaza cuando torea Curro. Pero la cosa no acabó ahí, sino que tuvo continuidad en una faena de muleta tan breve como inolvidable. Esta vez sí hubo muletazos completos, redondos inacabables y Romero, que mató a su manera pero con eficacia, salvó su honor y el de sus partidarios. Catarsis colectiva, pañuelos al viento y un rabo para Romero. Sí, tal como suena, un rabo. Y es que con estos toreros, ya se sabe: un poco puede ser mucho.




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