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Miércoles, 9 de septiembre de 1998




ROMERO EN ANTEQUERA



Alguien dijo que los trofeos que cortan los toreros después de la fena son "despojos". Esto no es cierto, esto no es verdad. Serán despojos los que se cortan habitualmente, pero los hay que llevan consigo algo muy importante y yo lo he vivido muy recientemente en la feria de Antequera, hace algunos días. Fueron las orejas y el rabo que le cortó Romero a un toro de Jandilla.

Conozco a Romero desde niño, desde que trabajaba en la farmacia de su Camas natal; por aquellos tiempos éramos chavales con quince años cargados de ilusiones que él ha visto colmadas, siendo el torero de leyenda que es; yo no, yo no conseguí nada; sólo la alegría de ver y seguir su trayectoria, grande, muy grande, como nadie ha conseguido antes y, a mis sesenta y cuatro años -los mismos que tiene Romero-, en Antequera me hizo pasar los momentos de más emoción que he vivido en un callejón a lo largo de mi vida de andar por los alrededores de este maravilloso mundo que es el del toro. En Antequera, después de estar viendo a Romero durante cuarenta años hciendo cosas muy importantes, no pude contener las lágrimas de emoción, después de verle pegar los siete u ocho muletazos con la mano derecha; sí, sólo siete u ocho, pero perfectos, lentos como una agonía, inigualables. Fue hasta tal punto lo que sentí, que cuando Curro se dirigía hacia la barrera para soltar la espada y muleta, -justamente a la atura donde yo estaba-, me viera llorando. Aquello, a Romero, le pareció algo extraño que yo, que tantos toros le he visto torear bien y tantas cosas le he visto hacer, estuviese con lágrimas por la cara. Me hizo una carantoña y me preguntó ¿Te has emocionado?... Sí Curro, mucho. Y con voz entrecortada le dije que le había cortado el rabo, y él, incrédulo, me dijo: ¿El rabo? ¿me lo han dado?..., pues te lo voy a regalar".

Y cuando saludó con él y las orejas en las manos, se lo dio a su peón de confianza para que lo guardaran en la espuerta. ¡Y me lo dio!

Un rabo distinto, un rabo que no es "despojo", un rabo que provocó muchas conmociones, a mí, a Curro y a seis mil personas más, que también le aflorarían lágrimas en los ojos. Un rabo que conservaré siempre, porque a mis años y muchos de aficionado, nada me ha llegado tan adentro, muy adentro. Primero, porque le fue otorgado a un torero que con sólo siete u ocho muletazos, provocó todo aquello; después, porque venía de las manos de un amigo, de un genio, de un monstruo, que pocos hay, que, con tan poco armen tanto, en una plaza. Para ello hay que ser un fuera de serie y nacer con el duende de Romero. A sus años, los trofeos no son "despojos", son medallas que solo consiguen los elegidos.

Gracias Curro, por tu sensibilidad al ver a un hombre con canas llorar de emoción, -aunque sea tu amigo-, después de verte pegar los siete u ocho muletazos que fueron carteles de feria, monumentos, obras de arte...

Muchas gracias, maestro.


Antonio Escobar
ABC de Sevilla






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